El sabelotodo

A La Botella al Mar,

En referencia su mensaje “El mito del precio justo”, creo que hay mucho cristiano conservador, y supuestamente bien formado, que siente un gozo especial cuando, con aires de sabelotodo, opina justamente de lo que no sabe y condena con autoridad al libre mercado capitalista. Usa palabras como “liberal” (o mejor aún “neo-liberal”), o “salvaje”. Haciendo alarde de una compasión y caridad teórica, le gusta rematar con la frase que ese sistema nunca puede ser bueno porque no garantiza el establecimiento de un “Precio Justo”. Levantando un poco la voz, y ya para cerrar el tema, se rasga las vestiduras (figurativamente al menos) lamentando que la falta de su tan deseado “Precio Justo” causa incontables injusticias sociales, multiplican la pobreza y las inequidades por doquier, mientas, simultáneamente, enriquece a los capitalistas (tal vez tire acá también la palabra “oligarca”), y misteriosos “grupos financieros”, que si son internacionales, peor.

Arropado ya con la toga de la verdad, y vocero indiscutido de valores cristianos, estos opinólogos pretenden basarse en la Doctrina Social de la Iglesia para legislar contra la avaricia, el egoísmo, o el abuso salarial, y se sienten capacitados para determinar sin más, cuál debe ser el salario mínimo o máximo, el precio de la energía, de los alimentos, el dólar o lo que fuera. Todo sea para evitar que unos pocos abusen de las grandes mayorías.

Para ellos, imponer el “precio justo” sería justificado para evitar que la sociedad se vea perjudicada en una escalada de abusos sin fin y sin remedio.

Lo que parece no saber o ignorar nuestro sabelotodo, es que en general, las condenas de la Iglesia a los “abusos económicos” son hechos dentro de un marco moral y religioso, en un contexto que podríamos llamar personal o pastoral, que no pueden ni deben ser extrapolados a un marco jurídico, pues el vicio o la falta de virtudes cristianas, jamás deben ser reguladas en un marco legal impuesto por el estado. Algo que el sabelotodo, que al sólo oír la palabra Inquisición sufre una reacción alérgica, debería entender intuitivamente.

Pero como un buen meme, un estribillo pegajoso o el cartel de una propaganda bien diseñada, el “Precio Justo” está en la boca de economistas, artistas, periodistas, maestros, escritores y sobre todo los políticos ávidos de más controles, multas, regulaciones, sanciones en nombre de la supuesta Justicia Social, que los hace sonar inteligentes pero sobre todo compasivos y en sintonía con esos pobres que prefieren ver de lejos, o mejor, directamente no ver nunca.

No es reacio el sabelotodo que con suerte va a misa una vez por semana y de católico tiene el bautismo y olvidado en un cajón una estampita que le regaló la abuela, a usar para su argumento puntual las Encíclicas Papales que nunca leyó, pero donde alguien tal vez menos ignorante pero más ladino que él, le contó que contienen enseñanzas sobre “El Salario Digno Familiar”, o condenas a los “Abusos Bancarios”, a la “Usura” o al “Dios Dinero”. Desde la seguridad cada vez menor desde su country enrejado, aplaude un discurso que es muy útil a toda revolución, protesta, piquete, lucha de clases, ya que él está seguro que, de una forma u otra, sus propios derechos, libertad o propiedad no están comprometidos.

Si tuviese unos gramos de honestidad intelectual, alguna capacidad de pensamiento crítico y simplemente aversión a no hablar de lo que no sabe, tales supuestos cristianos (progresistas o conservadores), deberían saber que la Realidad Empírica, la Biblia, los Evangelios y la Verdadera Moral Cristiana van por un camino muy distinto.

Esto no es difícil de entender, y es algo de lo que alguien que sí sabía de lo que estaba hablando, dejó muy claro hace mucho tiempo. Con una sabiduría que el opinólogo no está genéticamente capacitado para adquirir nunca, el Doctor Angélico, Santo Tomas de Aquino, ya explicaba lo que verdaderamente era el Precio Justo, allá por el año 1250.

El Santo se pregunta si el valor de las cosas es dado por su valor intrínseco o por las necesidades y preferencias humanas. Para responder tal pregunta en un lenguaje que llegase hasta las mentes menos iluminadas que la suya, compara el precio teórico de un diamante, una rata y un caballo.

El Doctor de la Iglesia observa que el valor intrínseco de una rata, es muy superior al de un diamante, pues esta tiene vida, instintos y una cierta inteligencia que el diamante no tiene. Sin embargo, las personas pagan mucha plata por un diamante y pagarían otro tanto, para eliminar todas las ratas de su propiedad o del barrio en que habitan. Así queda demostrado que las cosas no valen por su valor intrínseco sino por las preferencias o necesidades humanas. Más claro, imposible.

Luego pasa a analizar cómo el precio del diamante varía conforme quienes sean el comprador y el vendedor. Naturalmente el vendedor buscará al mejor postor, sea una poderosa dama en la corte o un buen comerciante en el pueblo, o un nuevo rico como el sabelotodo que quiere impresionar a alguien ostentado riquezas que su alma carece. El Santo observa que eso no es usura, engaño ni abuso, pero únicamente cada uno trabajando por su propio interés legítimo.

Lo mismo pasa con el caballo pero de modo más complejo aún, pues una vez más, el vendedor también buscará al mejor comprador, sea en el mercado de caballos de carreras, en la corte, en el ejército o en los medios de transporte, aceptando la mejor oferta que se presente.

¿Cual sería entonces, para el que se llena la boca sobre el “Precio Justo”, el Precio Justo del caballo? Es una quimera pretender encontrarlo, pues son casi infinitas las condiciones, razas, aptitudes y fines para lo que se usan estos animales, sin siquiera empezar a analizar los gustos, preferencias y necesidades del eventual comprador. Tal vez uno esté dispuesto a pagar más, pues le gusta el color del animal, a otro su paso, a un tercero sus habilidades y a un cuarto su pedigree. Esto es algo totalmente legítimo, justo y natural. Si cualquiera pretende interferir en ese libre intercambio de bienes, sería a perjuicio de uno y a beneficio de otro.

Si Santo Tomás vivise hoy, y tuviese que lidiar con la capacidad intelectual y la ignorancia invencible de nuestro sabelotodo, tal vez usase el ejemplo de las figuritas de Messi que son tan difíciles de conseguir para el álbum del mundial. ¿Valen lo mismo todas cuando de unas hay menos que otras, pero son, efectivamente, exactamente del mismo material?

Conclusión:

Así vemos que no existe un Precio Absoluto, Exacto ni Justo. Tampoco hay precios Eclesiasticos, Estatales, Cristianos o Ateos. El único precio que existe está dictado por los caprichos, necesidades o preferencias humanas, y los precios serán más baratos o más caros conforme la fantasía, la especulación, el orgullo o el status que otorgan los bienes siendo comprados. Paradójicamente, esto muestra la deshonestidad intelectual del improvisado cruzado de “Precios Justos”, ya que esto es algo que él sabe perfectamente, porque lo ha experimentado toda su vida.

No hay que tener un Premio Nobel de Economía para entender que si el vendedor de diamantes pretende vender demasiado caro, no vende nada y se muere de hambre porque no puede comer los diamantes. Y si el agricultor regala su trigo, muy probablemente no tendrá que plantar el año que viene.

El precio de las cosas es un tema Social y jamás Estatal, Eclesiastico, Judicial o Sindical. Es un tema profundamente humano, casi fisiológico e intervenir en las preferencias, necesidades y caprichos humanos es como querer “mejorar” el cerebro, el alma o las virtudes de la gente por medio de intervenciones quirúrgias. Es de una arrogancia y prepotencia difícil de cuantificar, a no ser que uno conozca al sabelotodo y vea cómo se mueve por la vida.

Si ni siquiera sabemos a ciencia cierta el valor de un teléfono o de una banana, ¿Como alguien en su sano juicio puede imaginar o suponer cuánto vale tu vida, tu trabajo, el dólar, tus estudios, bienes o tu salud? Y peor aún… ¿cómo alguien puede pretender imponer ese precio desconocido a los demás? ¡Sólo un sabelotodo! Que desde la comodidad de una vida llena de beneficios que muchos no tienen, coquetea con ideas que afectan la vida real de millones de personas… y hasta, a otros millones, le causan la muerte.

Luis M. Beccar Varela

Buenos Aires, Argentina

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