La mentira del arte moderno

Tom Wolfe, autor entre otras cosas del famoso libro “La Hoguera de las Vanidades” escribió una tremenda crítica al arte moderno en su libro “Painted Word”. La tesis del libro es que antiguamente se hablaba sobre la pintura, se comentaba un cuadro, se elogiaba la habilidad del artista, se buscaba detectar la emoción que transmitía el cuadro. En cambio en el arte moderno es al revés. Primero hay una doctrina elaborada por los teóricos del arte, una supuesta “emoción” inducida, y después viene cualquier cosa pintada que pretenda acomodarse a esa doctrina y a esa emoción. 

Bajo la apariencia de espontaneidad y rupturismo en realidad el arte moderno es un sometimiento humillante a reglas arbitrarias.

El arte moderno surge de la vanidad diabólica del hombre que se rebela contra lo que viene dado por Dios y prefiere inventar otra cosa, aunque sea fea, pero que sea SU propio invento. Claro que al excluir la realidad creada, los inventos solamente pueden ser pesadillas. Un artista que se rebela contra el caballo de cuatro patas y cuello arqueado (creado por Dios) y decide inventar un caballo alternativo (inventado por él) inevitablemente va a dibujar un monstruo.  

Tom Wolfe denuncia la existencia de una click de sinverguenzas que se hacen millonarios manipulando el mercado del arte. Ese tipo de clicks existen en otros mercados, por ejemplo los futuros del oro, pero se limitan a manipular, sin elaborar teorías artísticas. Son menos peligrosos que los teóricos del arte, que se retroalimentan con los manipuladores, y muchas veces (según Wolfe) son los mismos, es decir, el mismo gurú que inventa la teoría es el que manipula el mercado.

Tom Wolfe relata que en un momento dado los gurús lanzaron el delirio de la “flatness” (cuanto más liso, mejor). Aparece un tipo midiendo en micrones cuánto sobresalía la pintura del lienzo. Esto demuestra que lejos de romper límites, el arte moderno los impone. Para ser exactos el arte moderno rompe los límites buenos (“prohibido pintar mamarrachos”) e impone límites malos (“prohibido pintar otra cosa que no sean mamarrachos; y que sean los mamarrachos de moda, no otros”).

No es exagerado comparar el arte moderno con el Concilio Vaticano II. La religión dejó de ser algo dado por Dios y pasó a ser algo elaborado por el hombre en base a teorías propias. Como consecuencia natural, la liturgia pasó de la belleza al mamarracho. Y para completar la similitud, tampoco falta en la Iglesia la click de sinverguenzas que crean y se aprovechan de la situación. Por eso la misa tradicional es incómoda, como es incómoda la pintura tradicional. DEBE ser evitada. Hay que hacer lo posible para que no cunda.

Cuando vivía en New York me gustaba ir a los remates de arte de Christie’s. Mantenía mis manos cuidadosamente en la espalda, no fuera a ser que por rascarme la nariz terminara comprando algo carísimo. Observé que la pintura tradicional valía dos o tres ceros menos que la moderna. Un día ví vender un Giotto del siglo XIV a USD20.000 (serían unos USD100.000 de hoy). Y en el mismo remate vendieron un mamarracho moderno a USD2.000.000. Me acerqué a un empleado de Christie´s y le pregunté si eso era normal. Me contestó que nadie especula con Giotto, el que lo compra quiere mirarlo. El otro cuadro es para mandarse la parte, para exhibirlo socialmente y después venderlo más caro.

¿Los mamarrachos pueden ser lindos? 

Si por “mamarracho” entendemos un conjunto de rayas y colores sin un formato determinado entonces mi respuesta es que sí, que muchas veces los mamarrachos son muy lindos. De hecho la fealdad absoluta es imposible de retratar. El planeta Tierra fotografiado desde un satélite es un redondel de rayas curvas y colores; estrictamente un “mamarracho”. Un fotógrafo inglés amigo nuestro, Michael Hutchinson, casado con María Inés Aguirre, saca fotos en primer plano de texturas con formatos insólitos, por ejemplo hierros herrumbrados. La herrumbre tiene colores y figuras sin sentido, pero atractivos.  

Lo malo del arte moderno no son los mamarrachos, que en algunos casos puede dar gusto mirar. Lo malo es que son mamarrachos que responden a las teorías de unos iluminados que se creen dioses, como le dijo la serpiente a Adán y Eva. 

Es impresionante el elemento gnóstico del Arte Moderno. Tiene mucho de “conocimiento iniciático” que solo unos pocos pueden entender (o pretenden entender). La arbitariedad de las reglas, como en tantas otras cosas de hoy en día, preservan ese conocimiento en las manos de pocos. Si fueran reglas estables, el mero pasaje del tiempo haría que fueran normas universalmente aceptadas o rechazadas, y que debieran ser capaces de resistir análisis lógico y racional.  

Es interesante comprobar nuevamente que así como las leyes físicas son muy claramente impuestas “desde afuera”, lo mismo pasa con la belleza, aunque tienen una “zona de equilibrio” mas amplia que, por ejemplo, la gravedad.  Lo mismo con la moral, etc.   La pregunta que se hacen los ateos es quién creó la materia. Y se responden a si mismos con teorías cada vez mas mirabolantes como la del multiverso para tratar de dar una pátina “científica” a la teoríaa, no muy distinta a las supuestas teorías del arte moderno, que no resisten el menor análisis racional.  

La pregunta más relevante es “¿quien creo un set de reglas tan precisas y que funcionan tan bien en conjunto?”.  Basta ver cualquier cuerpo normativo un poco complejo, para darse cuenta la dificultad de desarrollar sistemas coherentes.  Sin embargo el Universo, que es increíblemente mas complejo que el Codigo de Comercio, tiene un “sistema normativo” totalmente coherente a todos los niveles. Y cuando nos tratamos de desviar, llegamos a resultados mamarrachescos como es el caso de mucho arte moderno, especialmente el que describe el libro de Tom Wolfe.

Lo que olvida el arte moderno es el fin contemplativo del arte. Hay un crítico literario llamado George Steiner que escribió “Presencias Reales” (1986). En ese libro, entre las muchas cosas interesantes que dice, sostiene que la contemplación estética de una obra de arte es como tocar el más allá, un percibir lo divino por un instante, como una ventana a Dios. Esos momentos en que nuestra alma se conmueve frente a la belleza son los que alimentan nuestra esperanza para vivir en esta vida. De hecho lo compara a vivir en el Sábado Santo, después del dolor del Viernes y a la espera del Domingo de Resurrección.

Esto dicho por Steiner no tiene lugar entre los “culturatis”, esa elite de gnósticos que lucran con la vanidad de los pseudo educados. Eso que llaman “arte” moderno no es arte, lo que no quiere decir que la única manera de expresarse artísticamente se haya acabado en el S XIX. Muy por el contrario, el arte moderno es un hiato desagradable en la historia del arte. La sociedad humana verá nuevas y magníficas expresiones artísticas en el futuro, siempre y cuando abandone su rebelión contra Dios Creador y Legislador y vuelva a los caminos de la Fe Católica.

(Este artículo es un resumen de una conversación sobre el tema entre miembros del equipo editorial de La Botella al Mar. La imagen es de la obra She Wolf de Jason Pollock, 1943).

1 comentario en “La mentira del arte moderno”

  1. Excelente artículo. Recuerdo haber leído hace muchos años uno parecido escrito directamente por Tom Wolfe, donde usaba la frase “marxismo rococó”, y desmitificaba justamente el esnobismo en el arte. Fue uno de los escritos que me abrió la cabeza (junto con el libro “El péndulo de Foucault”) y me mostró la inconsistencia del marxismo y el modernismo. Yo en mi ingenuidad los consideraba el futuro inexorable… imperdonable.

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