QUÉ ES UN LIBERAL y QUÉ ES UN LIBERTARIO

Estamos viviendo una ola “libertaria” -que prendió especialmente en los jóvenes- y que por ignorancia confunden con liberalismo.
El liberalismo es una herejía antigua que consiste en negar que los diez mandamientos sean obligatorios siempre y para todos los seres humanos. Los liberales creen que cada ser humano tiene derecho a tener sus propios diez mandamientos, o a no tener ninguno, con la única limitación de no hacer daño a los demás. Esta supuesta limitación es obviamente falsa, porque justamente los diez mandamientos son los que hacen el menor daño a los demás, ya que los puso Aquél que creó la sociedad humana. Es como si un reloj pretendiera ser ajeno a las leyes que le puso el relojero con la “sola limitación” de que deber dar la hora correctamente. El liberalismo es por lo tanto un disparate del orgullo humano que surge durante el siglo XVIII con el fin de acabar con la odiada tutela moral del Catolicismo.
En cambio la ola libertaria consiste en una enorme desconfianza respecto a la aptitud de los gobernantes para permitir que los individuos generen salud, riqueza y cultura. A lo que agrego la ineptitud, mejor dicho la enemistad, del Estado para promover las virtudes cristianas y el ejercicio del culto público católico. Estos cinco bienes, salud, riqueza, cultura, virtudes y culto público, son el “Bien Común” de la sociedad.
La idea en boga es que donde el Estado mete su torpe pata generalmente arruina al Bien Común, aunque pretenda favorecerlo.
Hubo algunos períodos de la Historia en que el Estado fue más apto para favorecer el Bien Común, pero en los últimos siglos su ineptitud ha ido creciendo hasta casi convertirse en un enemigo del Bien Común, especialmente en los países latinos, propensos a adoptar ideologías absolutas y equivocadas (como el liberalismo).
Dice León XIII en la Encíclica Rerum Novarum:

“Lo que más contribuye a la prosperidad de las naciones es la probidad de las costumbres, la recta y ordenada constitución de las familias, la observancia de la religión y de la justicia, las moderadas cargas públicas y su equitativa distribución, los progresos de la industria y del comercio, la floreciente agricultura y otros factores de esta índole.”

“El individuo es anterior a la república y por naturaleza tiene derechos como el de velar por su vida y por su cuerpo. Esos derechos de los individuos se hacen fuertes dentro de la sociedad doméstica, la familia, que también es anterior al Estado. Por eso es de absoluta necesidad que haya derechos y deberes totalmente independientes de la potestad civil.”
“Pues si los ciudadanos, si las familias, hechos partícipes de la convivencia y sociedad humanas, encontraran en los poderes públicos perjuicio en vez de ayuda, un cercenamiento de sus derechos más bien que una tutela de los mismos, la sociedad sería, más que deseable, digna de repulsa.”

De lo que se deduce que el verdadero libertario debe ser anti-liberal, porque los diez mandamientos que el liberalismo rechaza son precisamente la mejor solución para el convivio humano sin injerencia del Estado.

El gran católico Gustavo Martínez Zuviría (alias “Hugo Wast”) en su tesis doctoral para la Facultad de Derecho de la Universidad de Santa Fe, redactada en 1907 dice “La excesiva intervención del Estado en el organismo político prepara maravillosamente el terreno para el comunismo. La tendencia individualista hace hombres, la tendencia comunista hace mansos borregos destinados a formar en la caravana del proletariado. Mientras menos se acostumbra al individuo a la tutela del estado más capaz se hace de esfuerzos personales, vigorosos y constantes.”
No debería existir una tensión entre el bien individual y el bien común. Semejante tensión huele a dialéctica hegeliana. Lo mejor es hablar de equilibrio, no de conflicto ni tensión. La naturaleza creada por Dios está toda hecha de equilibrios, como bien observó Heráclito de Éfeso hace casi tres mil años.

Es verdad que las pasiones humanas individuales pueden provocar desequilibrios en la sociedad, pero también es verdad que la intervención del Estado provoca aún mayores desequilibrios. Coincido con Milei que el mejor mecanismo para fijar precios es el equilibrio entre oferta y demanda. Cuando el Estado fija precios, supuestamente por razones de bien común, desquicia todo.
Admito que hay empresarios inescrupulosos que les gustaría imponer precios, pero el peligro es bastante menor de lo que dicen los progresistas para fundamentar sus errores. Por supuesto que hay empresarios ladrones, pero habitualmente se apoyan en los Gobiernos. Sin la fuerza estatal las prestaciones tienden al equilibrio.

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