Esperaba en la puerta de la clase a que el profesor saliera. Cuando lo hizo me acerqué a pedirle una charla para un evento organizado por el centro de estudiantes. Él me invitó a sentarme y conversamos un rato. “Lo que me pide, bonita, es imposible. Los médicos me han dicho que tengo que reducir mi trabajo. Lo que sucede es que en Argentina hemos perdido una generación de intelectuales gracias al tercermundismo y los guerrilleros. Los más viejos estamos estirando nuestras carreras lo más posible, pero ustedes, los jóvenes tienen que crecer más rápido para cerrar la brecha”.
Esas palabras que me dijo el Dr. Emilio Komar hace tantos años resuenan en mi memoria desde entonces. Sus enseñanzas y su persona son fuente constante de inspiración en esta carrera de la vida. Especialmente su compromiso de maestro hasta el final de sus días.
Los valores de una cultura no existen si no se encarnan en la vida de las personas. Y las generaciones se renuevan año tras año, haciendo imprescindible la enseñanza constante de ellos. El enseñar la verdad, el bien, la justicia, no va a terminar nunca. Aunque los maestros vayan cambiando y renovándose en la carrera.
Enseñar se transforma en la vocación de toda persona de bien en una sociedad. Transmitir los valores a quienes los buscan y a quienes ni se plantean su necesidad, encontrando la manera de hacer asequible el mensaje para conseguir la asimilación de su contenido. Enseñar, enseñar, enseñar… sin cansancio y sin pausa.
Y cuando una a una, las personas concretas y reales vivan esos valores, podremos decir que tenemos una sociedad mejor. Miraremos a nuestro alrededor y podremos gozar del fruto de nuestros esfuerzos comunitarios.
La tarea es continua, grupal, amable y sin fin.
por Postumia