La Perversión de los lemas

El ser humano es un rumiante (que me perdonen las vacas), pero no de ingesta (o no siempre) sino de lemas, de consignas que se inducen por repetición, hasta quedar remachadas en el inconsciente, y que sirven como base para elaborar otros conceptos, ideas, o sacar conclusiones para la vida.

Estas consignas breves, puestas en palabras fuertes, se llaman “Lemas”. Tienen una función similar a las banderas o a los escudos en la heráldica, porque dan un sentido de pertenencia. Son conceptos con los que uno puede identificarse rápidamente dentro de un colectivo social. Prueba de ello es que todos los escudos llevan un lema, y todos los países, estados o instituciones en general tienen uno propio.

¿A que le llamamos “perversión”? Se podría resumir como un movimiento de la inteligencia que contempla la verdad, y luego la rechaza procurando lo opuesto. Sin embargo, la voluntad (que es bastante zonza) no se deja mover sino bajo apariencia de bien.  Recordemos que todo lo que se quiere es en razón de bien/verdad. Para convencer a la voluntad hay que hacer un buen make-up del error. En esto sobran ejemplos. Hay grupos de lobby especialistas en vender perversión pintada de lindos colores.

Entonces, la receta sería la siguiente: unos gramos de palabras fuertes y buenas, revolver en sentido opuesto, condimentar y colorear. Poner a fuego medio desde bien temprano, machacar repetidas veces y mezclar en las ollas populares. Se recomienda consumir desde la infancia.

Si vemos en la historia, ya Sócrates se peleaba con los sofistas por la adulteración de los conceptos. Mas tarde la revolución francesa tomó la “libertad” como una ausencia de reglas, la igualdad como medida geométrico-social (al que asoma la cabeza se la cortamos), y la fraternidad como un concepto promiscuo, donde por ser hermanos puedo comer de tu plato y dormir en tu cama con la ropa sucia.

Lo único que no puede ser relativo es la relatividad. Actualmente se habla mucho del amor, de la tolerancia, del respeto, de la libertad… Si, son las mismas preocupaciones que tiene la humanidad desde siempre. Ya son palabras que me dan asco de tantas veces que las oí mal usadas.

En el imaginario colectivo (y basta con preguntar en la calle) el amor es un sentimiento errático e inasible que hoy está y mañana no, desconectado de cualquier plan. Ni hablar de grados, o de acepción de personas. ¡Ah! no nos olvidemos de los animales.

Sin embargo, sabemos que el amor siempre fue el motor, el aglutinante para un proyecto de trascendencia. El primer analogado es el Amor Divino por el cual fuimos creados y al cual estamos llamados a volver. Luego está el amor a la Patria, en conexión directa con la familia y la tierra. Y también con el amor al prójimo por el cual nos esforzamos en ser educados, o en enseñar, o en formar una familia estable que dé vida a nuevos seres humanos.

Hoy la tolerancia es una palabra que significa “hace lo que quieras mientas no me molestes”, siendo que el verdadero sentido (del latín “tollere”) es el de tomar sobre las espaldas las cargas ajenas. La tolerancia es la virtud del cordero sacrificado en holocausto. Está intrínsecamente ligada con la paciencia, y -de vuelta- con la trascendencia de una causa común. El respeto se basa en la dignidad y en la confianza. Y el verdadero respeto se gana y tiene grados. No es lo mismo el respeto hacia un desconocido que hacia nuestros abuelos, por ejemplo.

Y la libertad… la gran protagonista. Esa señora sin frío.

Pero la libertad no es una condición permanente, es un medio para conseguir un fin. La libertad está atada a ese fin. Si, atada. Solo es libre el que nada desea. Y nada desea quien todo lo posee. ¿Quién posee todo? Sólo “la Verdad os hará libres” (Jn. 8-32.)

Volver a darle sentido a las palabras y a los lemas es un trabajo duro pero necesario. De a poco se puede ir logrando. In God we trust.

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