Introducción de La Botella al Mar: Los paralelismos entre la situación de Chile y la de la Argentina son suficientes como para que el análisis de Cristián Warnken en El Mercurio de hoy bajo el título Chile es en serio sean muy relevantes.
Nos vamos acostumbrando a las chambonadas, las desprolijidades, la falta de rigor. Vamos de una en otra y, a estas alturas, ya no se puede hablar de errores de novatos: comienza a manifestarse en todo su esplendor una forma de ser. Es una forma de ser que desprecia las formas, las formalidades, las estructuras, el orden. ¿Resonancias de esa deconstrucción en la filosofía que infestó las humanidades, la academia, el mundo intelectual, y que ha servido de fundamento para muchos de los experimentos teóricos que abundaron en la Convención y que persisten en el discurso de muchos funcionarios de gobierno? Fue George Steiner, tal vez el último gran humanista europeo, quien constató el fenómeno de lo que llamó el “contrato roto”, cuando se rompe la relación entre la palabra (el logos) y el mundo. La confianza en la palabra (“en el principio fue el verbo”), ese contrato, permitió la existencia del pensamiento, del derecho, de la política. Roto ese “contrato”, desaparecen las “presencias” detrás de los conceptos, las instituciones, etc. Algo de ese vacío, de esa ausencia de “presencia” se siente en este gobierno. No hay ideas (sí muchos eslóganes), parecieran haberse quedado sin proyecto para el país, y para llenar ese vacío o compensarlo, se sobregiran en gestos y actos simbólicos (como el de terminar con las funciones de la Primera Dama o dar indultos a delincuentes disfrazados de héroes de la primera línea). Y como no hay un orden, una estructura, un plan en serio para el país, ese “vacío”, esa nada, comienza a impregnar todo el aparato estatal y se traduce en este festival de improvisaciones, desprolijidades, algunas de antología. Ese desorden, además, se suma a la anomia (el irrespeto por toda norma o ley) que uno percibe todos los días en el país. Mala mezcla. Lo que ocurrió con la Cancillería es parte del horror vacui que nos toca vivir.
La vulnerabilidad geopolítica de Chile (en un contexto latinoamericano lleno de populismos y tiranías varias) es tan grande que nuestra diplomacia ha cuidado durante siglos los límites, las formas, los bordes, todo aquello que se parece desdeñar olímpicamente. Pero parece que da lo mismo hacer un papelón con las caprichosas side letters, da lo mismo agraviar al embajador del Estado de Israel, da lo mismo indultar a delincuentes, da lo mismo insultar con declaraciones soberbias a los parlamentarios con quienes después vas a tener que forjar acuerdos, da lo mismo ningunear en un discurso en el momento de asumir la Presidencia a un expresidente de la República que te dio su apoyo decisivo para la segunda vuelta. ¿Da lo mismo que se desmantele día a día la política exterior chilena, política exterior que ha sido forjada a través de siglos por gobiernos de izquierda, derecha y centro? La deconstrucción del Estado chileno no pudo realizarse siguiendo el plan de refundación que latía en la fracasada Convención constituyente, pero sí se está haciendo de otra manera: en cámara lenta, en los gestos, modos, formas de operar de todos los días, en todos los servicios públicos, en las omisiones, en un desgobierno que parece haber encontrado —¿inconsciente o conscientemente?— en el “desgobernar” tal vez la última posibilidad de imponerle a la realidad chilena su fracasado modelo de interpretación de nuestra sociedad, que el pueblo rechazó rotundamente en septiembre.
Nostalgia de las formas, profunda nostalgia republicana en este momento anómico e informe. Alguna vez se habló del “caos”, como lo opuesto al orden. Tal vez habría que hablar más bien de la “jalea”, del flan mal hecho. Harían bien las nuevas autoridades en mirar los retratos de Montt o de Varas que están cerca suyo, en las oficinas de la Presidencia o de algún ministerio. Ellos los están mirando severamente desde la historia y el pasado como diciéndoles: “acaben la ‘chacota’ millennial, Chile es en serio”.
Por Cristián Warnken, publicado el 26 de enero 2023 en El Mercurio Blog.