Los intelectuales

Aunque a veces no parezca, el hombre es un animal racional. El intelecto y la razón es lo que nos distingue del resto de la creación, y en la medida que el hombre ha moldeado la sociedad en base a ideas o creencias sanas, estas sociedades han sido fructíferas y mejorado su condición en esta tierra. Nuestra propia civilización occidental tiene sus raíces en la remota Grecia, donde los filósofos empezaron a idear el concepto de que fuimos creados a imagen de Dios, del alma inmortal, la felicidad, la libertad, los derechos del hombre, y la democracia misma. Pasaron siglos entre la primera aparición documentada de estas ideas y su difusión a Roma, donde estas continuaron creciendo, plasmándose en el derecho codificado y los rudimentos de un estado moderno. Otros siglos pasaron hasta que la semilla del Cristianismo echó raíces en esa civilización y la hizo propia.

El reconocimiento de la primacía de la razón sobre otros aspectos de la naturaleza humana como pueden ser las pasiones o las necesidades del momento, es la base misma de la educación. Comenzando en el seno de la familia, y siguiendo durante toda una vida, educamos a nuestros hijos en conceptos que los forman como individuos primero, pero también están destinados a regir o al menos sugerir como deben ser las relaciones con sus semejantes, en otras palabras, a la vida en sociedad.

Es acá donde el paso de los siglos nos debería dar el gran beneficio de identificar y adoptar ideas y conceptos que han “funcionado” mientras descartamos lo que ha fracasado. Reduciendo esto a lo más básico, la mera existencia de bibliotecas, libros u otros medios de retener información, es un “ayuda-memoria” valiosísimo en este sentido. Pero más allá de esto, la humanidad ha desarrollado también tradiciones, costumbres y formas que también son un “archivo viviente” de las ideas y conceptos que pretende preservar para las generaciones futuras.

Como católicos creemos también que “Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros”, dejándonos una Iglesia para preservar y difundir sus enseñanzas, y ayudarnos a plasmar estas en nuestras vidas individuales y también como sociedad.

Muchos de los males que nos aquejan, surgen de una pseudo-liberación del hombre y la sociedad de este corpus de conocimiento o tradiciones que componían el entramado de nuestra civilización occidental. En ese sentido, es clave el papel que en esta revolución han jugado un gran número de intelectuales en los últimos 200 años.

Así explica Paul Johnson el fenómeno en su libro Los Intelectuales:

Durante los últimos doscientos años, la influencia de los intelectuales ha crecido constantemente. De hecho, el surgimiento del intelectual secular ha sido un factor clave en la configuración del mundo moderno. Visto contra la larga perspectiva de la historia, es en muchos sentidos un fenómeno nuevo. Es cierto que en sus encarnaciones anteriores como sacerdotes, escribas y adivinos, los intelectuales han pretendido guiar a la sociedad desde el principio. Pero como guardianes de culturas hieráticas, ya fueran primitivas o sofisticadas, sus innovaciones morales e ideológicas estaban limitadas por los cánones de la autoridad externa y por la herencia de la tradición. No eran, ni podían ser, espíritus libres, aventureros de la mente.

Con el declive del poder clerical en el siglo XVIII, surgió un nuevo tipo de mentor para llenar el vacío y captar la atención de la sociedad. El intelectual secular puede ser deísta, escéptico o ateo. Pero estaba tan dispuesto como cualquier pontífice o presbítero a decirle a la humanidad cómo conducir sus asuntos. Proclamó, desde el principio, una especial devoción por los intereses de la humanidad y el deber evangélico de promoverlos con su enseñanza. Aportó a esta tarea autoproclamada un enfoque mucho más radical que sus predecesores clericales. No se sentía atado por ningún corpus de religión revelada. La sabiduría colectiva del pasado, el legado de la tradición, los códigos prescriptivos de la experiencia ancestral existían para ser seguidos selectivamente o rechazados por completo según lo decidiera su propio sentido común. Por primera vez en la historia humana, y con creciente confianza y audacia, los hombres se levantaron para afirmar que podían diagnosticar los males de la sociedad y curarlos con sus propios intelectos sin ayuda: más aún, que podían idear fórmulas mediante las cuales no sólo la estructura de la sociedad pero los hábitos fundamentales de los seres humanos podrían transformarse para bien. A diferencia de sus antecesores sacerdotales, no eran servidores e intérpretes de los dioses sino sustitutos. Su héroe fue Prometeo, quien robó el fuego celestial y lo trajo a la tierra.

Una de las características más marcadas de los nuevos intelectuales seculares fue el gusto con el que sometieron a la religión y a sus protagonistas al escrutinio crítico. ¿Hasta qué punto habían beneficiado o perjudicado a la humanidad estos grandes sistemas de fe? ¿Hasta qué punto estos papas y pastores habían vivido de acuerdo con sus preceptos, de pureza y veracidad, de caridad y benevolencia? Los veredictos pronunciados tanto sobre las iglesias como sobre el clero fueron duros. Ahora, después de dos siglos durante los cuales la influencia de la religión ha seguido disminuyendo y los intelectuales seculares han desempeñado un papel cada vez mayor en la configuración de nuestras actitudes e instituciones, es hora de examinar su historial, tanto público como personal. En particular, quiero centrarme en las credenciales morales y de juicio de los intelectuales para decirle a la humanidad cómo comportarse. ¿Cómo dirigían sus propias vidas? ¿Con qué grado de rectitud se comportaron con familiares, amigos y asociados? ¿Eran justos en sus tratos sexuales y financieros? ¿Dijeron y escribieron la verdad? ¿Y cómo sus propios sistemas han resistido la prueba del tiempo y la praxis?

Paul Johnson pone el foco en la vida e ideas de estos intelectuales modernos, y con el estilo que le es característico, los presenta de una forma muy clara y cuestiona si son merecedores o no de la admiración que posibilitó la difusión de sus ideas. Ciertamente recomendamos la lectura de este libro a todos los que les interese el papel que las ideas juegan en nuestras vidas.

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