Tener un libro, escribir un árbol, plantar un hijo

Son los objetivos (recuerdos) de una infancia feliz. No lo decían los griegos porque estaban muy ocupados siendo adultos cuando el mundo era niño. Ahora que el mundo es viejo podemos retocar un poco el dicho a ver si tiene algún sentido.

Tener un libro. Me acuerdo que de chicos nos pasábamos horas de horas leyendo. El sol brillaba afuera, había un enorme jardín para jugar, y una madre que nos prohibía estar dentro de la casa, tirados, leyendo. Y si, la posición mas cómoda era estar tirados mientras la mente navegaba con Sandokan, o asechaba en los caminos de Sherwood con Robin Hood y Little John.

Cada uno tenía sus libros favoritos, sus personajes, su biblioteca y sus escondites. Los libros nuevos se firmaban bien grande para evitar confusiones. Y si en Navidad o para el cumpleaños te regalaban una remera en vez de un libro, había que aguantarse y agradecer igual.

Claro que no había televisión, ni computadora ni celulares en casa. Nuestra curiosidad e imaginación vivían pendientes del ultimo libro disponible. Y al ser muchos hermanos, había que esperar a que el otro terminara de leer el libro completo, porque siempre era motivo de pelea la marcación de las páginas.

Escribir un árbol. Esos enormes pizarrones de madera viva. Los mejores son los eucaliptus ¿O no? ¿Conocen alguno mejor? Son enormes y tienen esa corteza verde que se marca tan fácil.

En el colegio había un eucaliptus que era la cartelera oficial del alumnado. Los campeonatos de ta-te-ti se jugaban en ese árbol. En las ramas más altas se dibujaban corazones con iniciales conectadas por un flechazo. Declaraciones de guerra entre un bando y otro. Acusaciones graves. Corazones apócrifos con el chisme de alguna maestra soltera vista en conversaciones con un muchacho.

Los árboles eran para trepar y para escribir. El que no lo haya vivido así, se perdió grandes cosas.

Plantar un hijo. Éste era el deporte favorito de las madres cuando los hijos estaban muy molestos en casa. “¿Porqué no te vas a lo de fulanito a jugar un rato?”. O “¿te los dejo un ratito que me voy a hacer compras?”.

Cuando se iba mamá nosotros éramos unos duques, o unos salvajes. Sin término medio. Las visitas a las casas de los amigos eran verdaderas fiestas, o un soberano opio. Salir del territorio propio era ir a la conquista o al cautiverio. Y creo que esto lo manejaban muy bien todos los padres.

También está la otra acepción, la del castigo de quedarse mirando la pared. ¡Era lo más aburrido del mundo! Todos alrededor jugando y uno plantado ahí sin poder moverse. Estas son cosas que de chico se valoran mucho, pero de grande más todavía. Por eso el dicho, que sin forzarlo mucho nos deja cambiarle el sentido, para que cada uno lo llene con su bagaje de recuerdos, y sueñe con poder transmitirlo a sus propios hijos

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