Pienso que hay una urgente necesidad de elaborar una filosofía, quizás una teología de la novedad, porque para muchos, «lo nuevo» no es otra cosa que cambio, que lo diverso o lo distinto, lo nuevo es «lo no anterior». Entonces la característica de la novedad para esa mentalidad, que tiene un lejano origen hegeliano, es la negatividad. Lo nuevo es aquello que niega lo anterior, que se opone y desplaza lo anterior. Si ustedes analizan un poco las actitudes de personas entusiastas por las novedades van a ver que se caracterizan por la negatividad.
De esta manera la muerte de uno es la vida de algo otro, pero con eso se pierde el significado más hondo, más profundo y esencial de la novedad: lo nuevo es aquello que sigue siendo actual, que tiene plenitud en el ser. Entonces la novedad tiene que estar referida en primer lugar al ser y no al cambio. El año pasado leí un pasaje de San Agustín que dice más o menos lo siguiente: “Cuando dejé tu Ley –se refiere a Dios–, me hice viejo”. Cuando estamos en lo que corresponde, en lo bueno, cuando estamos en Dios, en el ser y la plenitud somos jóvenes. Jóvenes en sentido metafísico. Es el sentido con que los sacerdotes rezaban al principio de la misa, hasta hace poco, el versículo del salmo 42: «Et introibo ad altare Dei; ad Deum, qui laetificat juventutem meam», al Dios que alegra mi juventud. Lo rezaba un joven sacerdote, o un sacerdote viejo, porque todos pueden hablar de su propia juventud.
Hay una juventud de espíritu no en sentido psicológico, sino en sentido ontológico. Dios es siempre rigurosamente nuevo y todo lo que se asemeja a lo divino, lo que lucha por la perfección, por asemejarse a lo divino, posee esa juventud. Es nuevo aquello que es, que tiene actualidad; actualidad en sentido propio, es decir, que está en acto. Volvamos a lo que dice Lavelle: «El instante de la eternidad es un tiempo que no desfallece», no hay desvanecimiento, no hay esa decadencia de la cual habla Hegel, que es propia del devenir. Se mantiene en la plenitud.
En el auténtico amor, en la amistad genuina, o en el afecto real, el objeto es siempre nuevo y siempre actual. Piensen, por ejemplo, en el profundo amor entre un hombre y una mujer, o en una amistad, o también en la vida intelectual. Pablo Casals toca todos los días la misma obra de Bach y siempre la encuentra nuevísima, porque llegó a entenderla y a través de ella, a lo divino, a la belleza que representa su música, porque experimenta un profundo contacto con el ser.
De un sencillo análisis psicológico resulta que en el fondo el hombre hace todas las cosas por «ser» más; aún el que toma bebidas alcohólicas en abundancia, el que cayó en el vicio de la toxicomanía, en el fondo lo hace porque aquel estado artificial lo hace vibrar más y le hace experimentar una cierta plenitud efímera, le hace sentir que es más. Otros buscan los honores y la gloria porque hablando desde un balcón o siendo admirados por la muchedumbre, se sienten más plenos; otros buscan las riquezas, porque eso les hace vivir otros placeres. En el fondo, la voluntad humana busca un mayor ser, es decir, la plenitud.”
por Emilio Komar, Tiempo y eternidad, Buenos Aires, Editorial Sabiduría Cristiana, 2003, p. 112-114; 115; 117; 118.
En la foto, Emilio Komar el día de su casamiento en 1944 en Philosophia perennis.