Como es de conocimiento público (y hemos tratado ya en este espacio) la violencia de los agitadores autodenominados “mapuches” goza de la indiferencia somnolienta de nuestro gobiernos federal y provincial. Hace años que esta violencia ocurre (sea dicho de paso, a ambos lados de la cordillera), y la destrucción por vía de incendios de propiedades es el método preferido. Conocedores de que no cuentan con el apoyo de siquiera un elemento importante de la población, estos grupos y los ideólogos que los animan eligen no recorrer el camino democrático del diálogo, las leyes o el referéndum para lograr sus objetivos. Por el contrario, eligen actuar a mano armada y con violencia. Sea dicho de paso, no es la primera vez que esto ha ocurrido en la reciente historia argentina.
Sabiendo estos de que se había organizado una marcha pacífica para protestar su historial de vandalismo, el Sr. Nehuen Loncoman, “Consejero indígena”, tiene el descaro de mandar una carta al Sr. a quien el sillón de Rivadavia le queda grande, pidiéndole que “arbitre los medios necesarios” para proteger a las personas de la “comunidad” indígena, de los desmanes que anticipa de los manifestantes, a quienes acusa de contar con “claras posiciones violentas, racistas y xenófobas.”
Esto era de esperar por su parte, naturalmente. También era de esperar que el Estado que nunca estuvo presente para proteger las propiedades y la integridad física de los argentinos cuyas propiedades son ahora cenizas, reaccionase con la agilidad que tiene reservada para perpetuarse en el poder y restringir la libertad y los derechos de aquellos que considera sus enemigos.
Así, la marcha pacífica fue detenida por efectivos de la policía a más de 27 kilómetros de los temerosos “mapuches”.
Una muestra más de que vivimos en una Argentina donde la fuerza (y no necesariamente la fuerza de la ley) ampara a criminales, piqueteros, corruptos y afines. Y una vez más los argentinos dan muestras de una paciencia que, en las circunstancias actuales, es cada vez mas difícil apreciar como una virtud y se empieza a parecer a la cobardía.