El año que viene es el octogésimo aniversario de la entrega de las conferencias de C. S. Lewis que más tarde se convertirían en su libro La abolición del hombre. Al releer esas conferencias hoy, es imposible no sorprenderse por su toque contemporáneo. La razón es simple: lo que Lewis identificó en 1943 como el problema clave que enfrenta la sociedad sigue siendo el problema clave que enfrentamos hoy, y de una forma aún más intensa. El tema es la antropología, la comprensión misma de lo que significa ser un ser humano.
Gran parte de la agitación en nuestro mundo occidental contemporáneo es una función del colapso del consenso sobre lo que significa ser humano. Los debates díscolos y fútiles sobre el género, la sexualidad, el aborto y la raza se remontan a la pérdida del sentido de la naturaleza humana como una realidad universal que todos compartimos. Luego está la creciente tendencia en nuestra cultura a definir a las personas en términos de sus ideas y convicciones y, por lo tanto, a negar legitimidad a cualquiera que no esté de acuerdo con nosotros. Esto afecta todo. Hace que sea cada vez más raro tener amistades personales entre personas de diferentes perspectivas. Cuando somos nuestras creencias y convicciones, ¿qué podemos tener en común con quienes no las comparten? Es por eso que el lenguaje de los derechos humanos ahora a menudo (e irónicamente) no se usa para hablar sobre los derechos que todos los individuos disfrutan como seres humanos, sino más bien como una subcategoría socialmente construida de la humanidad. Y alimenta la creciente tendencia de ambos bandos políticos a negar legitimidad a las elecciones que favorecen al otro bando. Crisis es un término usado en exceso, pero parece eminentemente justificado para describir nuestro momento actual: vivimos en una época marcada por una crisis de la antropología.
Con suerte, durante el próximo año, el aniversario de las conferencias de Lewis centrará la mente de muchos en las grandes preguntas que planteó: cuestiones de la ley natural, el subjetivismo moral, el propósito humano y las posibilidades distópicas de un futuro donde la naturaleza humana ha sido abolida. Después de todo, es seguro que los problemas que señaló Lewis en su día, en particular los planteados por la tecnología, son aún mayores ahora que en la década de 1940. Y la religión civil que entonces todavía impregnaba las sociedades occidentales y proporcionaba algunos límites a la abolición del hombre, ahora ha sido más o menos abandonada. Vivimos en un mundo en el que el problema no es simplemente que el centro no pueda sostenerse, para tomar prestada la frase de Yeats que se cita con frecuencia. Vivimos en un mundo donde el centro ha sido aniquilado gracias a la tecnología y la muerte de cualquier noción de una naturaleza humana fija y universal.
Con suerte, 2023 será testigo de niveles significativos de interés en La abolición del hombre y provocará contribuciones útiles al campo de la antropología teológica. Mientras tanto, la Navidad ofrece a los cristianos de todo el mundo la oportunidad de reflexionar una vez más sobre la Encarnación, cantar sobre su glorioso misterio y hacer conexiones con una rica comprensión de lo que significa ser humano. Al menos tres cosas merecen atención, dado nuestro actual caos antropológico.
Primero, la Encarnación muestra cómo los universales de la naturaleza humana no son anulados ni opuestos por los particulares de la existencia humana individual. Para que Dios se hiciera carne, era inevitable que lo tuviera que hacer como individuo específico en un tiempo determinado y en un lugar definido. Pero el Nuevo Testamento aclara en numerosos puntos—la genealogía en Lucas, el paralelismo paulino de Adán y Cristo, el llamado mundial del evangelio—que estas particularidades son simplemente los contextos necesarios para el significado universal de Cristo. Que él era un judío del primer siglo es verdad. Que era hombre también es verdad. Pero estos son simplemente los concomitantes necesarios del hecho de que él era sobre todo Dios manifestado en carne humana, cuya humanidad es común a todos nosotros.
En segundo lugar, al tomar carne de María, nos muestra un hecho importante sobre lo que significa ser humano que la sociedad moderna trata de ignorar: todos somos criaturas dependientes. La afirmación cristiana es que Dios se hizo carne, Dios se hizo humano. Y en el centro de esa afirmación está la narración de la vida de Cristo, una vida en la que Dios mismo, trascendente y autosuficiente, se convierte en un ser humano, desde el cigoto hasta la edad adulta. Dios entra en la red de dependencia interpersonal que yace en el corazón de lo que significa ser humano. La naturaleza humana es más que un genoma; implica personalidad, y la personalidad implica dependencias.
Tercero, Cristo en su naturaleza humana no depende simplemente de su madre. Él también depende de su Padre. El Nuevo Testamento habla de Cristo aprendiendo la obediencia a la voluntad de su Padre. Registra sus oraciones a su Padre, especialmente en el momento de crisis cuando se avecina el Calvario. Cristo muestra que ser verdaderamente humano es reconocer a Dios Padre y mirarlo para todas las cosas.
Nuestro mundo se encuentra en un momento de crisis antropológica. Nuestra respuesta como cristianos en esta coyuntura es importante. El Adviento nos ofrece a cada uno la oportunidad de reflexionar sobre cómo Cristo, Dios Encarnado, ofrece una visión de la humanidad que no solo contrasta con las antropologías fragmentadas, autónomas y materialistas de nuestros días, sino que también habla de las necesidades más profundas de la humanidad: saber quiénes somos en relación con los demás y en relación con nuestro creador.
Por Carl Trueman. Profesor de estudios bíblicos y religiosos en Grove City College y miembro del Centro de Ética y Políticas Públicas. Publicado en First Things el 22 de diciembre 2022. Traducido por La Botella al Mar.
Ilustración: La Natividad, Jacob Jordaens, Bristol Museum & Art Gallery, Inglaterra.
Muy buen artículo!
Su tesis principal es fundamental: “La pérdida del sentido de la naturaleza humana como una realidad universal que todos compartimos.”
Es un problema antiquísimo, muy anterior a Trueman y a C.S. Lewis.
Así nacieron todos los relativismos y subjetivismos a través de la Historia. Cuando el sofista Protágoras dijo “El hombre es la medida de todas las cosas” no se refería al universal “Hombre” sino a cada hombre en particular.
O sea que Protágoras y los progresistas criticados por Trueman dicen básicamente lo mismo, aunque estén separados por 25 siglos: “No hay verdades universales aplicables a todos los hombres. Cada individuo es su propia medida”.
Como bien dice Trueman: “..los universales de la naturaleza humana no son anulados ni opuestos por los particulares de la existencia humana individual…” Dicho de otra forma, “cada uno puede ser como quiera siempre que se mantenga en los límites de la naturaleza humana”.
El problema es quién define esos límites.
No me parece que Trueman lo tenga claro. En un trecho parece creer que dependen del consenso, cuando dice “Gran parte de la agitación en nuestro mundo occidental contemporáneo es una función del colapso del consenso sobre lo que significa ser humano.”
Y también dice: “…en la década de 1940 la religión civil que entonces todavía impregnaba las sociedades occidentales y proporcionaba algunos límites a la abolición del hombre.”
Aunque Trueman es inteligente y por eso detectó el núcleo del problema, su formación presbiteriana probablemente no le permitió conocer las respuestas de la filosofía católica tradicional.
La realidad universal más importante del Hombre, en la que se basa toda antropología verdadera, es que tiene un alma inmortal cuyo fin último es la contemplación eterna de Dios. Para lograrlo cada hombre tiene a su disposición el medio principal que es la gracia santificante de la que sólo la Iglesia Católica es depositaria y otros medios secundarios pero también útiles como la belleza de los Alpes para Arnold Lunn o el servir a los mendigos como San Luis Rey.
Glosando las dos frases de Trueman, quedarían así:
“Gran parte de la agitación en nuestro mundo occidental contemporáneo es una función del colapso del concepto católico sobre lo que significa ser humano.”
“…en la década de 1940 los restos de religión católica todavía impregnaban las sociedades occidentales y proporcionaban algunos límites a la abolición del hombre.”
En la infraoctava de Navidad los felicito por continuar la obra de mi amigo Cosmín. Adelante. Un abrazo BM.