El catolicismo: refugio de la racionalidad

Uno de los rasgos definitorios de nuestra cultura moral y política es lo que podríamos llamar “fideísmo secular”. El término puede sorprender a quienes conocen algo de historia teológica: el “fideísmo” se asocia típicamente con formas de creencia que niegan la explicación racional, una forma de fe que declara “lo creo porque lo siento” (y me gusta lo que siento). En otras palabras, el “fideísmo” generalmente se asocia con la “religión”, y si hay algo que no define la era secular, uno podría decir, es la “religiosidad”. Esta afirmación es cierta empíricamente hablando: encuesta tras encuesta demuestran que las personas, especialmente los jóvenes, están abandonando la religión en cantidades cada vez mayores. Entonces, ¿cómo se justifica describir la cultura secular como fideísta? ¿No es eso un oximoron?

Cada sistema de creencias tiene su historia inicial y la del secularismo actual es más o menos así:

Una clase dominante patriarcal y (sexualmente) opresiva alguna vez dominó a la humanidad al imponer un sistema de creencias supersticioso que engañaba a las personas para que pensaran que “la mente de Dios”, en lugar de la mente humana, es lo que da significado, estructura y propósito a la vida. El laicismo nos ha liberado de esta oscuridad epistémica y moral.

Sin duda, quedan muchas disputas intestinas (y a menudo odiosas) entre los guardianes del mito secular. Algunos, por ejemplo, definen “la mente humana” colectivamente, lo que lleva a las “política de izquierda”, y algunos definen la mente humana “individualmente”, lo que lleva a “políticas de derecha”. Pero todos están de acuerdo en que es sólo la mente humana (individual o colectivamente) la que determina la naturaleza del bien y del mal. Eso es, en resumidas cuentas, tanto la modernidad como la posmodernidad: el eclipse total de la creencia en un Dios metafísicamente real, moralmente relevante y racionalmente accesible.

Sin embargo, a diferencia de los mitos de la antigüedad, las fábulas de la secularidad sirven para ocultar en lugar de revelar, y su gigantesco secreto es este: nunca ha habido una mezcolanza de aseveraciones más grande, o un ejemplo más obvio de pensamiento grupal ciego, o una leyenda más egoísta y más fanática que la historia del secularismo siendo más racional que la religión, especialmente el catolicismo. El laicismo, en otras palabras, es quizás el mayor ejemplo de “fideísmo” en la historia de las ideas, especialmente cuando se aplica a la moral y la política.

Por ejemplo, considere la evidente ausencia de racionalidad dentro de estas líneas maestras del secularismo, que, aunque contradictorias entre sí, definen colectivamente los contornos morales y políticos del Occidente contemporáneo:

1. CIENCIA SOLAMENTE (O “CIENTIFICISMO”):

El cientificismo sostiene que solo la “ciencia” —o la investigación empírica sistemática— puede proporcionar conocimiento verdadero. En resumen, si la ciencia no puede “probar” lo que estás diciendo, tus creencias son indistinguibles de la pura fantasía emotiva (es decir, simplemente lo estás “inventando”). Dejando a un lado el hecho de que el cientificismo es autocontradictorio (no existe ningún experimento científico que pueda llevar a la conclusión de que “solo la ciencia proporciona conocimiento verdadero”), aquellos que afirman el cientificismo, si son consistentes, deben abstenerse de hacer afirmaciones morales, o afirmaciones sobre lo que deben hacer los individuos, grupos, países, etc., por esta sencilla razón: la “ciencia” no tiene capacidad metodológica (establecimiento de un experimento) o sustantiva (el resultado de un experimento) para decir lo que “debería” ser. Todo lo que puede hacer en el mejor de los casos (e incluso esta capacidad es cuestionable) es describir comportamientos humanos y ofrecer explicaciones empíricas de las causas de esos comportamientos. Sin embargo, no puede proporcionar ningún mecanismo racional para determinar qué comportamientos son “buenos” y cuáles son “malos”. Hacer tal afirmación sería violar los parámetros epistemológicos de la ciencia al hablar de asuntos que no pueden conocerse empíricamente. Así, la próxima vez que escuches a alguien decir: “Solo creo en la ciencia y eres una mala persona si votas por el partido X”, o “Como científico, creo que el gobierno tiene el poder de imponer la ley X”, denuncia este engaño por lo que es: fideísmo envuelto en una racionalidad sucedánea de bata blanca.

2. SUPREMACIA DE LA VOLUNTAD INDIVIDUAL SOLAMENTE (O LIBERALISMO CLÁSICO Y LIBERTARIANISMO)

Ya sea que estén enraizadas en la tradición filosófica de Immanuel Kant o de John Locke, las teorías morales y políticas del “individualismo” —expresadas contemporáneamente como “Tú haces lo tuyo, yo haré lo mío”— no solo sostienen que los individuos nunca deben infringir a otros en su propia “búsqueda de la felicidad”; sostienen que cada definición de “felicidad” es igualmente aracional (ni racional ni irracional) y, por lo tanto, de naturaleza igualmente preferencial. Sin duda, el liberalismo y el libertarianismo clásicos pueden ser capaces de justificar coherentemente prohibiciones de acciones (es decir, “derechos negativos”) como el derecho a no ser asesinado, agredido, impedido de hablar en público, etc. Sin embargo, las mismas teorías no pueden, en consonancia con sus propios fundamentos filosóficos, decir algo sobre lo que un individuo o una sociedad debe hacer, por ejemplo, qué bien positivo debe perseguirse, que no se pueda reducir a una expresión arbitraria de preferencia personal. Lo que eso significa en la práctica es que todo liberal o libertario clásico que te dice “Está bien hacer X” no dice nada más que “Haz X porque quiero que hagas X”, lo cual es tan fideísta como parece.

3. SUPREMACIA DE LA VOLUNTAD COLECTIVA SOLAMENTE  (O PROGRESISMO/“WOKEISMO”)

A pesar de la apariencia externa de que el progresismo o la ideología “woke” son enemigos ideológicos jurados del liberalismo/libertarianismo clásico, las dos corrientes del secularismo comparten la suposición subyacente de que es la mente humana, no la mente de Dios, la que define la naturaleza del bien. Todo lo que hace la ideología progresista o ”woke” es comunalizar el “yo autónomo” del liberalismo/libertarianismo clásico al convertir el “yo creo” en un “nosotros creemos”. De cualquier manera, el resultado es el mismo: las declaraciones sobre lo que se debe hacer en lo que respecta a la naturaleza del bien y del mal, son de naturaleza puramente preferencial y, por lo tanto, no son más que afirmaciones de voluntad racionalmente ciegas, también conocidas como fideísmo. El progresismo ”woke” añade un insulto moral a la herida al afirmar además que “no existen los valores morales universales” al tiempo que insiste en que el progresismo ”woke” es moralmente superior a todas las visiones del mundo en competencia. Esto es lo mismo de declarar: “Creemos lo que creemos porque lo creemos, y tú también debes creerlo (o de lo contrario…)”.

4. SUPREMACIA DEL “MERCADO” SOLAMENTE (O CONSERVADURISMO GLOBALISTA):

El conservadurismo de un libre mercado “a ultranza”, no la opinión de que el libre mercado es bueno (lo que afirma el catolicismo), sino que el libre mercado es el bien supremo (que el catolicismo rechaza), puede considerarse inmune a la acusación de fideísmo debido a su inclinación por hablar con cariño de los “valores tradicionales”. Sin embargo, sigue siendo cierto que si la ganancia se encuentra tanto en la parte inferior como en la parte superior de nuestra jerarquía de los valores morales, entonces es racionalmente inconsistente afirmar que otros valores (por ejemplo, “la familia”, “sociedad cívica”, “matrimonio,” “educación clásica”, o incluso “dignidad humana”) tienen algo más que un valor instrumental, si es que tienen algún valor. En otras palabras, afirmar creer en “valores morales” dentro del horizonte del absolutismo de libre mercado no es más que una expresión de preferencia, también conocida como fideísmo.


Estas cuatro opciones no agotan todas las vertientes del laicismo contemporáneo. Sin embargo, demuestran esta verdad primordial: la negación secular de una conexión racional entre la existencia de Dios y la existencia de un bien humano universalmente objetivo, necesariamente separa la “racionalidad” de cualquier “moralidad” sustantiva, lo que significa que todos los valores éticos y políticos necesariamente terminan siendo arrojados a un depósito de deseos subjetivos grabado con las palabras, “Yo/nosotros lo creemos porque yo/nosotros queremos creerlo”. Por lo tanto, el mejor apodo para “la era secular” podría ser “la era de la afirmación”.

El catolicismo ofrece una alternativa. Precisamente porque sostiene que las afirmaciones “Dios existe” y “la relación con Dios constituye el bien supremo del ser humano tanto individual como colectivamente”, son cognoscibles racionalmente, universalmente en todos los idiomas y culturas, el catolicismo rechaza categóricamente el fideísmo, especialmente en lo que se refiere a cuestiones morales y políticas. La moral católica, por lo tanto, no es subjetiva. No es la sistematización de impulsos emotivos arbitrarios. Es, más bien, una colección ordenada de hechos morales deducidos de la estructura de la realidad. Como tal, su autoridad no proviene de la voluntad de un individuo o grupo sino, más bien, de la racionalidad misma, es decir, del Logos mismo (ver Juan 1:1).

A medida que el mundo secular se hunde cada vez más en un caos moral y político trágicamente predecible, el catolicismo puede consolarse recordando que su casa está construida sobre roca. Ya sea defendiendo la dignidad de toda vida humana, la santidad del matrimonio y la familia natural, la realidad ontológica y la complementariedad de los sexos, o la obligación de construir un orden económico justo, el catolicismo puede (y debe) seguir blindando la luz de razón de las oscuras supersticiones de los cultos reinantes de la época. Como siempre lo ha hecho.

Por Matthew Petrusek, publicado el 16/12/2022 en Word on Fire. Traducido por La Botella al Mar.

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