Los Estados que respetan la libertad individual tienen pocas leyes, pues entienden que el bien y la virtud no pueden ser obligatorios ni practicados por la fuerza.
Es más que sabido que practicar el bien, conlleva paciencia y abnegación a perjuicio inmediato de uno mismo, en consecuencia cada uno será libre de decidir si lo ha de practicar o no, cómo sería: perdonar un deudor, pagar más de lo acordado, ayudar a un pobre mal agradecido, curar a un enfermo sin exigir nada a cambio, etc.
Esto dicho queda más que claro que la única persona que puede imponer tal generosidad, paciencia o abnegación eso sobre vos, eres vos mismo, pues nadie puede obligarte a violar tu libertad y tus propios derechos contra vos mismo.
Practicar el bien, no se limita a la honestidad
Ser bueno es practicar el bien, y practicar el bien no es solamente evitar al mal o el crimen. Eso es ser meramente honesto, pues evitar el mal y el crimen son obligaciones de todos, sin las cuales no existe paz ni progreso social alguno.
Ser bueno, implica ser virtuoso, renunciar a mis caprichos, preferencias o egoísmos, ya sea en orden a agradar a Dios que nos pide actos de piedad, respeto, obediencia, ya sea con el prójimo de igual modo por amor a Dios, siendo paciente, caritativo, dar sin esperar recompensa ni exigir… etc.
Por fin, realizar esfuerzos o sacrificios por cumplir con mis obligaciones en relación a mi persona y de aquellos por los cuales soy responsable, no es un acto de virtud, es ser responsable de mis decisiones y de mis actos. Cuidar de los niños, educarlos y en gran medida también cuidar de nuestros padres que han hecho lo mismo con nosotros, es asumir nuestra responsabilidad en ésta vida.
Así dice un salmo: “Siervo inútil soy, solo cumplo con mis obligaciones”… en tal contexto, en la parábola de los talentos, el servidor que enterró su talento, fue meramente “honesto” y fue condenado por no ser virtuoso, bueno, agradecido con su Señor.
Así, la mera honestidad es el piso, la base sobre la cual debemos construir el bien.
Obligar al bien, es un atropello ante Dios y los Hombres
Imponer el bien por ley, es un atropello ante Dios, que nos ha dado la libertad para hacer el bien y ganar méritos ante Él, ya sea aprendiendo a dominar nuestras malas tendencias al orgullo, egoísmo o sensualidad, ya sea siendo pacientes, caritativos y generosos con los demás, pues Dios es paciente y caritativo con nosotros a pesar de nuestras fallas con él.
Tambíen es un atropello ante los hombres, imponer pequeñas o grandes cargas a los demás, pues es violar la ley de oro: No hagas a los demás lo que no quieres que los demás hagan contigo.
Sin duda uno puede perdonar a un deudor una pequeña o gran deuda, pero nadie me puede obligar a hacerlo, a perdonarlo sin que sea un robo. Del mismo modo otro puede pagar un sueldo por encima de lo acordado, pero nadie puede obligarlo sin que sea una extorsión, un atropello y en consecuencia otro robo.
Así sucesivamente, aquel puede donar parte de su fortuna a una casa de caridad, pero nadie lo puede obligar por ley, sin duda es otra extorsión.
Sin Libertad no existe motivo alguno para practicar el bien
Sin libertad toda ley, moral o regla no tiene sentido, como también perdería todo propósito, toda idea de mérito o demérito, de premio o castigo de bien o de mal. Sin ella pasaremos a ser autómatas o esclavos de nuestros propios instintos y pasiones.
La libertad abre el camino a la existencia de la razón, de la conciencia, del ser mejores que los bichos y bestias del campo. Abre el camino a la filosofía y a comprender la moral objetiva sobre la cual es posible la paz y la convivencia humana, dentro de un marco, sino perfecto, al menos razonable, comprensible y lógico, pues al conocer nuestras propias necesidades, preferencias y gustos, comprendemos las de los demás.
Ahora, bajo un prisma cristiano, Dios ha dado la libertad al hombre para que éste pueda tener mérito ante Él y de ese modo ganarse de forma meritoria el premio eterno, así la libertad es un don esencial o primordial al hombre.
La libertad bien llevada nos dignifica, nos engrandece y nos hace crecer ante Dios, ante los hombres y nosotros mismos, gran parte de nuestra autoestima es tener conciencia de nuestros buenos actos, y sin duda muchas depresiones, agustias y temores, es tener noción más o menos clara de nuestras irresponsabilidades, excesos, atropellos, etc.
Así la grandeza, la dignidad y la gloria del ser humano se basa en su misma libertad de optar por el bien y rechazar el mal. Así en el orden de la naturaleza humana, esta primero la vida, la libertad y luego la salvación o perdición del hombre, pues tal salvación se dará en la medida en que uno responda el llamado cristiano: “si tu quieres, toma tu cruz y sígueme”, es decir, no serás meramente una persona honesta, pero pasarás a hacer el bien.
Sin duda el mundo material está regido por el mundo inmaterial de las virtudes o vicios nacidos de la mente humana. Así la madre de todas las batallas se traba en el mundo de las ideas, de los principios, y en consecuencia seremos libres, justos, dignos y razonables o no lo seremos de ningún modo.
Todo punto intermediario, es un punto conflictivo que acaba mal, o el hombre goza de buena salud, o toda enfermedad que no es bien tratada, es un punto intermediario hacia la muerte.